“¡Apártense, va a tronar!”: el grito del chofer antes de la explosión en Iztapalapa
Ayer, poco después de las dos de la tarde, una explosión estremeció el oriente de la Ciudad de México. Una pipa de gas estalló en el Puente de la Concordia, muy cerca del Metro Santa Martha, en Iztapalapa. El fuego alcanzó varios metros de altura, atrapó a vehículos particulares y de transporte público, y dejó una escena de caos que rápidamente circuló en redes sociales. Sin embargo, detrás de las imágenes virales y los encabezados alarmantes, hay una historia que pocos conocen: la del hombre que iba al volante de esa pipa.
Testigos lo describen como un hombre joven, de entre 35 y 40 años, con una gorra azul. No huyó. No se resguardó. Según varios relatos, cuando notó que algo andaba mal, bajó de la unidad tambaleándose, ya con parte de su ropa quemada por el derrame. Fue él quien gritó a quienes estaban cerca: “¡Apártense! ¡Va a tronar!”. Lo hizo segundos antes de la explosión.
Algunos dicen que intentó abrir válvulas para liberar la presión y evitar el estallido. Otros lo vieron correr hacia los peatones, no para pedir ayuda, sino para alejarlos. No lo logró. La explosión fue inevitable.
Debajo del puente, una mujer vendía quesadillas junto a su hija de 9 años. Ambas resultaron heridas. La menor está grave, pero viva. Testimonios señalan que alguien la empujó hacia una barda segundos antes del estallido. Nadie puede confirmarlo, pero varios coinciden: el chofer estaba en esa zona, intentando evitar una tragedia mayor.
El saldo fue devastador: tres personas murieron, más de 70 resultaron heridas, algunas de gravedad. Decenas de vehículos quedaron calcinados. Los hospitales de la zona siguen atendiendo a víctimas que quizá aún no saben que sus nombres ya son conocidos en todo el Valle de México.
Entre empleados de la empresa dueña de la pipa, comenzaron a circular mensajes preocupantes. “Ya se había quejado el chofer”, afirman algunos. “Esa pipa ya tenía fallas”, “la válvula chillaba desde hace semanas”, se lee en grupos internos. El señalamiento es claro: hubo advertencias. Hubo reportes. Y, como tantas veces en México, nadie hizo caso hasta que fue demasiado tarde.
Este hecho abre una pregunta incómoda, pero necesaria: ¿cuántas pipas en mal estado circulan todos los días por calles y avenidas del país? ¿Cuántas unidades con fallas mecánicas, sin mantenimiento adecuado, transportan sustancias altamente peligrosas frente a escuelas, hospitales y viviendas? La respuesta aún no tiene cifras oficiales, pero el riesgo es evidente.
Hoy, mientras se levantan los escombros y se realizan investigaciones, la historia del chofer comienza a emerger entre las cenizas. Un hombre cuya identidad aún no se confirma, pero que fue visto intentando ayudar, no escapar. Que gritó para alertar. Que posiblemente salvó vidas.
La tragedia de Iztapalapa no debe repetirse. Pero tampoco debe olvidarse el rostro anónimo de quien, en medio del fuego, eligió quedarse para advertir a los demás. No todos los héroes llevan uniforme. Algunos manejan una pipa averiada, levantan la voz en el último segundo y apagan un poco del desastre con su propia vida.
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